JUAN ÁNGEL VELA DEL CAMPO 18/07/2011 - EL PAÍS
De cuando en cuando, los responsables del EL PAÍS deciden, por un día, cambiarme de demarcación. Algo así como desempeñar un papel de tenor estando, como estoy, acostumbrado al registro de barítono, o, en términos futbolísticos, jugar de delantero centro en vez de centrocampista. Debo proyectar una imagen de exquisitez con mis crónicas operísticas desde Bayreuth, Salzburgo o el Real, y por tanto debe suscitar cierto morbo mandarme a un recital de heavy metal más allá del fin del mundo, en un descampado situado donde acaban los polígonos industriales más alejados de Getafe. Uno, que es disciplinado, embarcó para esta aventura como acompañante a un admirador de Alfredo Kraus, nacido el mismo año en que apareció Iron Maiden. Durante el viaje escuchamos fragmentos de Parsifal, de Wagner. Para aparcar tuvimos inconfesables dificultades; permítanme que no les dé detalles, por si acaso. Pues bien, el recital de Iron Maiden ha sido una experiencia mucho más excitante y hasta profunda que las anteriores que tuve para El PAÍS con Scorpions en La Cubierta de Leganés o en el after hours de la discoteca Macumba. En primer lugar porque la música y el sentido del espectáculo de Iron Maiden son excelentes. Pero también por otras razones que intentaré desglosar, aun rozando en ocasiones los tópicos.
La propuesta de la banda casi suena a antigua en tiempos de 'dj'
Hay que partir de que la banda de heavy metal más emblemática del planeta -y no solamente por el número de discos vendidos: de 85 a 100 millones de copias, según las fuentes- nació en 1975. Han entrado pues, en la categoría de clásicos. Pero no solamente es una cuestión de continuidad. El concepto rítmico, el cuidado de la melodía, la elaboración del sonido de acompañamiento desde las guitarras eléctricas, la puesta en escena del cantante y hasta el siempre temible volumen se han incorporado a la memoria colectiva de una sociedad que ha asimilado sus planteamientos estéticos, en especial por la gran energía que despliegan sobre una música que, como otras, reflexiona sobre el amor y la muerte, o sobre la vida más allá de la muerte, utilizando el título de uno de sus discos.
La propuesta de Iron Maiden casi suena a antigua en estos tiempos de música grabada y dominada por los dj, pero tiene por encima de todo un gran sentido de la libertad. Su estilo en ocasiones pegadizo invita además a la participación. Y es aquí donde el público hace suyas las propuestas de la banda. La militancia se percibe en el atuendo generalizado de los asistentes: en negro, con motivos espectrales ligados al grupo o a otros afines. Este deseo de vivir de una manera más profunda lo que pasa en el escenario es hoy una aspiración artística y sociológica. Este periódico publicó el sábado una inquietante fotografía de una sala de cine en Austin con los espectadores ataviados masivamente con gorros rojos, como el protagonista de la película, Bill Murray. Y por citar dos experiencias participativas de este mismo año en el mundo de la ópera, ha dado la vuelta al mundo la invitación de Riccardo Muti al público de Roma a cantar el coro Va pensiero de Nabucco, de Verdi, como acto de reafirmación de la cultura italiana frente a los recortes de Berlusconi, y ha destacado también la sugerencia de Carlus Padrissa, de La Fura dels Baus, al público de Colonia para que asistiese a la representación de Sonntag, de Stockhausen, de 12 horas de duración, vestido de blanco, gesto seguido masivamente y con el cual el público se incorporaba de alguna manera a la ópera desde dentro, aunque solamente fuese con la complicidad del vestuario.
Ligado al concepto participativo está el de asistencia a algo excepcional, a un acontecimiento. Es algo que posibilitó las 17.000 entradas que se vendieron para el reciente San Francisco de Asís, de Messiaen, en Madrid Arena, y es algo que está presente en este concierto de Iron Maiden, el único en España en 2011 según destaca la publicidad. Por ello no es de extrañar que el cantante de la banda en una de sus intervenciones habladas destacase ese aspecto de armonía universal, dando la bienvenida a los que habían venido desde San Sebastián, Bilbao, Noruega, Argentina o Brasil. Se vive, qué duda cabe, una experiencia musical, pero se vive también en gran medida una experiencia vital, solidaria, de reafirmación. Así, el concierto enamora desde el desgarro y la intensidad. A pesar del polvo ambiental -los expertos iban con mascarillas- y de las toneladas de basura.
De cuando en cuando, los responsables del EL PAÍS deciden, por un día, cambiarme de demarcación. Algo así como desempeñar un papel de tenor estando, como estoy, acostumbrado al registro de barítono, o, en términos futbolísticos, jugar de delantero centro en vez de centrocampista. Debo proyectar una imagen de exquisitez con mis crónicas operísticas desde Bayreuth, Salzburgo o el Real, y por tanto debe suscitar cierto morbo mandarme a un recital de heavy metal más allá del fin del mundo, en un descampado situado donde acaban los polígonos industriales más alejados de Getafe. Uno, que es disciplinado, embarcó para esta aventura como acompañante a un admirador de Alfredo Kraus, nacido el mismo año en que apareció Iron Maiden. Durante el viaje escuchamos fragmentos de Parsifal, de Wagner. Para aparcar tuvimos inconfesables dificultades; permítanme que no les dé detalles, por si acaso. Pues bien, el recital de Iron Maiden ha sido una experiencia mucho más excitante y hasta profunda que las anteriores que tuve para El PAÍS con Scorpions en La Cubierta de Leganés o en el after hours de la discoteca Macumba. En primer lugar porque la música y el sentido del espectáculo de Iron Maiden son excelentes. Pero también por otras razones que intentaré desglosar, aun rozando en ocasiones los tópicos.
La propuesta de la banda casi suena a antigua en tiempos de 'dj'
Hay que partir de que la banda de heavy metal más emblemática del planeta -y no solamente por el número de discos vendidos: de 85 a 100 millones de copias, según las fuentes- nació en 1975. Han entrado pues, en la categoría de clásicos. Pero no solamente es una cuestión de continuidad. El concepto rítmico, el cuidado de la melodía, la elaboración del sonido de acompañamiento desde las guitarras eléctricas, la puesta en escena del cantante y hasta el siempre temible volumen se han incorporado a la memoria colectiva de una sociedad que ha asimilado sus planteamientos estéticos, en especial por la gran energía que despliegan sobre una música que, como otras, reflexiona sobre el amor y la muerte, o sobre la vida más allá de la muerte, utilizando el título de uno de sus discos.
La propuesta de Iron Maiden casi suena a antigua en estos tiempos de música grabada y dominada por los dj, pero tiene por encima de todo un gran sentido de la libertad. Su estilo en ocasiones pegadizo invita además a la participación. Y es aquí donde el público hace suyas las propuestas de la banda. La militancia se percibe en el atuendo generalizado de los asistentes: en negro, con motivos espectrales ligados al grupo o a otros afines. Este deseo de vivir de una manera más profunda lo que pasa en el escenario es hoy una aspiración artística y sociológica. Este periódico publicó el sábado una inquietante fotografía de una sala de cine en Austin con los espectadores ataviados masivamente con gorros rojos, como el protagonista de la película, Bill Murray. Y por citar dos experiencias participativas de este mismo año en el mundo de la ópera, ha dado la vuelta al mundo la invitación de Riccardo Muti al público de Roma a cantar el coro Va pensiero de Nabucco, de Verdi, como acto de reafirmación de la cultura italiana frente a los recortes de Berlusconi, y ha destacado también la sugerencia de Carlus Padrissa, de La Fura dels Baus, al público de Colonia para que asistiese a la representación de Sonntag, de Stockhausen, de 12 horas de duración, vestido de blanco, gesto seguido masivamente y con el cual el público se incorporaba de alguna manera a la ópera desde dentro, aunque solamente fuese con la complicidad del vestuario.
Ligado al concepto participativo está el de asistencia a algo excepcional, a un acontecimiento. Es algo que posibilitó las 17.000 entradas que se vendieron para el reciente San Francisco de Asís, de Messiaen, en Madrid Arena, y es algo que está presente en este concierto de Iron Maiden, el único en España en 2011 según destaca la publicidad. Por ello no es de extrañar que el cantante de la banda en una de sus intervenciones habladas destacase ese aspecto de armonía universal, dando la bienvenida a los que habían venido desde San Sebastián, Bilbao, Noruega, Argentina o Brasil. Se vive, qué duda cabe, una experiencia musical, pero se vive también en gran medida una experiencia vital, solidaria, de reafirmación. Así, el concierto enamora desde el desgarro y la intensidad. A pesar del polvo ambiental -los expertos iban con mascarillas- y de las toneladas de basura.
1 comentario:
El primer gran concierto del verano que me pierdo. Le seguirá el de los Judas. ¡Vaya mier...!
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